miércoles, 27 de octubre de 2010

Rosa, sinónimo de perdición.

En el mismísimo momento en el que esa mano te tiende una rosa roja, sientes romanticismo, ternura. Me aventuraría a afirmar que sientes felicidad.
Pero, al fin y al cabo, esa rosa acaba mueriendo.
Las rosas, como la vida, tienen un fin. Marchitan, al igual que el color rosado de nuestras mejillas, se las lleva el viento como nuestras cenizas al morir, o como nuestra piel desaparece cuando es consumida por el tiempo y los insectos.
Y, como las rosas y la vida, terminan muchas otras cosas.
Entre ellas, el amor.
Algún día, muere.
Los novios cortan su relación, los matrimonios se separan, la familia se distancia e, incluso los amigos, se van quedando atrás en el camino.

Muchos opinan que una flor artificial no es romántico. Cutre, lo suelen llamar.
Yo opino todo lo contrario: el plástico, al contrario que las rosas reales, no muere.
Una flor real representa el fin, el plástico representa la eternidad.

Moriría por una rosa artificial.


29 de Agosto, 20:16

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