lunes, 18 de octubre de 2010

Masacre en las cámaras de gas.

Y yo, que acudí allí pensando que me darian un trabajo, me encontré con un panorama desolador, terrible, tan triste. Me sentí verdaderamente impotente, inútil por no poder evitar lo que allí ocurria. Vi con mis propios ojos como aquella gente sonreia agradecida por poderse dar una ducha después de tantos días de sufrimiento. Al menos, aquellos alemanes les dejaban limpiar sus cuerpos sudados y sucios. Era un lugar estrecho, con unos grifos salientes de la pared de azulejos. Los judios se dirigieron hacia las perchas en las que debian colgar sus prendas para entrar a la ducha. En cada percha había un número para, al salir, idenificar su uniforme de recluso. Todos, al verlo, dieron por hecho que, tras lavarse, saldrian a coger sus ropas y volverian al trabajo de nuevo. Pero cuando dieron la señal y los allí presentes abrieron sus grifos correspondientes para comenzar la limpieza, les sorprendió algo que no era agua. De pronto, un gas empezó a invadir sus pulmones, a taponar sus gargantas, a marearlos. Algunos echaron las manos al cuello, otros, al comprender que aquello no era nada bueno, intentaron inúltimente abandonar aquel espantoso lugar. Pero se encontraron encerrados y, en poco tiempo, empezaron a caer los primeros. El miedo, la desesperación, el pánico al comprender para que estaban allí y no había forma alguna de salir provocaron un terror indescriptible. No he visto escena más dolorosa en mi vida. Los gritos importentes, los niños, las mujeres, unos pocos intentaban agarrarse a sus familiares y a los compañeros que allí habían conocido. Pero el gas fue letal, pronto estuvieron todos muertos. Unos encima de otros, un brazo por aquí, un brazo por allá.
Desolador. Cuando los numerosos cadáveres fueron llevados al lugar donde sus cabellos serian cortados para fabricar moquetas y sus dientes de oro arrancados, pude observar el suelo del lugar donde habían sido asesinadas todas aquellas inocentes personas: mojado. Los vomitos, la orina, incluso excrementos. Todo fruto del miedo, del dolor...
Y todos aquellos judios, acabaron en un crematorio con quince fogones donde, varios trabajadores, se encargaban de meter los cuerpos inertes en el abrasador fuego que destruia toda prueba de la masacre allí cometida. El resultado: ceniza. Simple ceniza y un sentimiento de impotencia abrumador. Las fuerzas de continuar adelante, después de presenciar aquel panorama del cual era, técnicamente, cómplice, desaparecieron por completo. La verdad cayó sobre mi como una losa, y comprendí cual había sido, pues, el destino de mis hermanas y mi madre.
Y la siguiente pregunta se grabó en mi mente cual tatuaje a la piel: ¿Cómo podía haber gente con la suficiente insensibilidad para cometer un acto tan terrible y espantoso como aquel, a cual no sabia describir con palabras?

1 comentario:

  1. Lo tuyo si qe es arte y no lo de la imbecil esa! A lo qe te diga pasa que vales muxo!!

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