lunes, 18 de octubre de 2010

Son historias de extraños.

Marina cogía todos los días el tranvía de las 21h y 25 minutos. Cogida de la mano de Jorge iba cada noche a la parada para volver a casa.
David, por su parte, acudía al mismo lugar a la misma hora pero con otra persona: Raquel.
Siempre tomaban los mismos asientos, nunca cambiaron de lugar. David y Raquel se sentaban junto a la ventana derecha y Marina y Jorge, en cambio, preferían los asientos que miraban hacia el pasillo, justo en frente de la otra pareja.
David y Marina, curiosos, siempre se miraron. Durante meses fueron conociendose poco a poco a base de mirar de reojo los movimientos del otro: su música preferida, su estilo, sus libros preferidos (en efecto, Marina leyó dos veces su libro favorito en los trayectos de vuelta a casa), incluso oyeron detalles de su vida privada.
No se dieron cuenta que, al cabo de un tiempo, habían dejado de coger las manos de sus respectivas parejas y pasaban gran parte del viaje intentando robar información el uno del otro.
Marina no podía vivir sin su música, le gustaban las novelas con finales muy emotivos, era sensible, y cuando estaba triste, se ponía la música a tal volumen que desde la posición de David se podía distinguir la letra de la canción.
David, era sonriente, también siempre con los auriculares puestos y moviendo la pierna al ritmo de la música, y solía mirar mucho al paisaje. Y digo solía, porque acabó intercambiando las calles de la ciudad por la dulce cara de Marina.
Las miradas fueron aumentando, y sus acompañantes no lo ignoraron. Los días, las semanas, los meses... cambiaron la situación más y más hasta que un día hubo un cambio: Aparecieron solos. Ni Jorge ni Raquel acompañaban a los dos jóvenes en el trayecto. Marina, con aspecto débil y caído, tomó su asiento de siempre, pero esta vez con un lugar vacío a su lado. Igual hizo David, poniendo al mínimo su música para escuchar la de Marina.
Ésta, al notar las miradas sin verguenza alguna, hizo lo mismo, sin dejar de observarse el uno al otro.
Pero, pasados unos minutos, Marina bajó la mirada, escondió las lágrimas y volvió a subir el volumen de su música.
Los 40 minutos aproximados de trayecto pasaron para los dos incómodos y lamentables. Aunque, David no lo pasó tan mal como Marina, que sabia que aquel viaje, era uno en vano con el simple objetivo de ver a David por última vez.
Así se levantó para bajar en su correspondiente apeadero, cuando la mano del otro jóven la agarró con delicadeza.
- ¿Estarías dispuesta a seguir viajando cada día a las 21h y 25 minutos?
Y, tras unos segundos maravillosos y confusos a la vez, Marina terminó de dar el paso definitivo al exterior y la puerta se cerró ante los dos.

¿Crees que Marina sería tan tonta como para dejar a su extraño escapar?

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