viernes, 11 de marzo de 2011

Estamos pendientes de un hilo.

Palabras. Duelen, animan, destruyen, admiran. Tu realidad se ve alterada por simples conjuntos de sonidos, y todo puede echarse a perder o superarse gracias a ellos. Así son los humanos: frágiles, inteligentes, pero también estúpidos. Diferentes a muchos otros seres vivos. Los pájaros construyen sus nidos, aprenden a volar, viajan lejos y mueren. Y aunque vuelan en grupo, no están unidos. Nosotros, los humanos, estrechamos más los lazos afectivos: nos afectan las relaciones, nos duelen las pérdidas y nos hacen llorar las rupturas. Nuestras vidas pueden llegar a depender de otro humano, y no podemos vivir sin su contacto. De ciertas personas pende nuestro humor, nuestro futuro y nuestro amor. Y también de ellos dependen nuestras lágrimas. Y recordemos que no es cobardes llorar, si no ocultar hacerlo.
Nuestra felicidad está sujeta a muchas condiciones, y nuestra tristeza está detrás de cinco de cada diez puertas que podemos escoger.
No es de intelectuales reflexionar que nadie es completamente feliz, de la misma forma que no es ser adivino afirmar que vamos a morir.

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