lunes, 9 de mayo de 2011

Dalhimen.


Rubén dirigió su mirada a lo largo del cuerpo de Elisa y, cuando llegó a los pies, frunció el ceño y se puso tenso.

- Arrastra los pies -dijo, y al terminar giró su cabeza hacia Merála-. Arrastra los pies, algo mal -aclaró, tenso y nervioso.
- ¿Cómo lo...? -comenzó a preguntar Merála.
- ¡Porque ella nunca arrastra los pies! -cortó él. Estaba segurísimo: sabía que si Elisa arrastraba los pies, era una señal, una pista. Lo recordaba perfectamente.
En la mente de Rubén aparecieron aquellas imágenes de hacía tanto tiempo en las que aprovechaba cualquier pequeña molestia de su mejor amiga para bromear.
- No arrastres los pies -decía ella, irritada.
- Vale, mamá -su respuesta siempre provocaba que Elisa lo fulminara con la mirada o le sacara la lengua. Entonces, Rubén sonreía y aprovechaba para cogerla en sus brazos y darle un abrazo, del que ella siempre escapaba fingiendo estar molesta -. Te ha hecho gracia -reía-, admítelo. Te hago gracia, te lo pasas genial conmigo, ¡admítelo!
- ¡Un caracol podría darme más diversión que tú! -decía mientras intentaba contener la risa y mostrar enfado.
Rubén lo recordaba perfectamente.

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