miércoles, 26 de enero de 2011

La chica del café sin beber.



Sentada en la cafetería, siempre sin tomar nada. Se sienta recta en la mesa que se encuentra junto a la ventana y observa, sin hacer un mínimo movimiento, cómo despega cada avión y cómo se adentran en el inmenso cielo, como se pierden en la distancia. Mira los aviones en los que no subirá y en los que tampoco sueña ni piensa viajar algún día de su vida.
Acude allí cada mañana a las once en punto y no se marcha hasta que el reloj de la cafetería da las dos exactas. Como si esperara a algún conocido que se hubiera ido de viaje y aun no hubiera vuelto.
El sonido ensordecedor de las máquinas voladoras llenaba el café cada vez que despegaban y ella las seguía con la mirada cruzar la pista.
- Oye, ¿y esa chica de allí? -preguntó la limpiadora -. Siempre la veo sentada en el mismo lugar. Aquí, en el aeropuerto, es raro ver a la misma gente varios días, ¿no?
- Sí, es un poco rara. Sólo se sienta y mira hacia la ventana -respondió la camarera, mirando a la muchacha mientras secaba un vaso de cristal con el trapo.
- ¿Y la dejas estar sin consumir?
- Al principio le ofrecía café y lo aceptada, pero no se lo bebía. Para eso, la dejo estar aquí sin tomar nada y punto.
- Mmm... -rumió la trabajadora -. Estará deprimida, pobre chica.
Y allí queda la muchacha, esperando eternamente en el café del aeropuerto. El viejo café Marina, dónde años atrás, se había sentado por primera vez esperando a que se hicieran las doce. Esperando a que quién fue su amor, cumpliera su palabra y bajara del avión en el que había dicho ir. Ese avión, en el que nunca llegó y al que ella esperó y esperó hasta perder la razón.



[3 de Julio, 23:06]

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